jueves, 6 de junio de 2013

LA FÁBULA DEL MOLINERO Y LOS ANIMALES DEL BOSQUE

Había una vez, un molinero que vivía en una región muy lejana, haciendo frontera con un bosque frondoso donde moraban cientos de animales.

Cada noche, el molinero dejaba algo de alimento a pocos metros de la puerta de su molino, para que los animales se acercaran y comieran.

Y cada mañana al despertar, siempre encontraba a alguno de estos animales que le miraban con ojos de curiosidad y al mismo tiempo de agradecimiento.

Algunas veces en una misma mañana se podía llegar a topar con la mirada de varios osos, ciervos, conejos y ruiseñores que acudían a las cercanías del molino en busca de alimento.

De pronto un día, la mujer del molinero, reparó en que los despojos de carne que dejaba para los osos, podían venderlos, al mesonero para que hiciera caldo a los camineros, y de esa forma sacarse unas monedas extras. Aún no estando del todo convencido, el molinero accedió.

A la mañana siguiente, los osos no aparecieron.

Aunque los ciervos, conejos y ruiseñores sí acudieron puntuales a su diaria cita.

Un tiempo después, la mujer del molinero se dio cuenta de que los tallos verdes que dejaban a los ciervos y conejos, podían venderlos a un hechicero que vivía en la zona, que preparaba brebajes curativos. El molinero accedió sin estar verdaderamente convencido de aquella idea.

A la mañana siguiente, ya no aparecieron los ciervos ni los conejos, tan solo los ruiseñores.

Finalmente, pasado cierto tiempo, la esposa del molinero se dio cuenta de que el pan duro que comían los ruiseñores, podían vendérselo al porquero para engordar a sus cerdos. El molinero, muy a regañadientes, aceptó los deseos de su esposa.

A la mañana siguiente, al levantarse el molinero, se quedó sorprendido por el silencio que reinaba en los alrededores del molino. No se oía a ningún animal. Los ruiseñores, que con su melodía, acompañaban y alegraban el despertar de su familia, no habían acudido esa mañana.

En su lugar, un fuerte graznido rompió la silenciosa mañana. Se asomó a la puerta y vio a unos cuervos que intentaban robar algunos granos del granero, que esperaban a ser molidos. Las tierras de los alrededores del molino, antaño verdes y fértiles, estaban llenas de calvas. Pensó que los cuervos no se habían acercado en el pasado porque eran ahuyentados por los osos y que, sin duda, la ausencia de los animales herbívoros que abonaban la zona a su paso, era el motivo de que la llanura hubiese perdido su verdor y se hubiese tornado yerma y amarillenta.

Entonces, pensó que si volvía a poner algo de comida, pronto los animales acudirían de nuevo.

Buscó en su cocina y tan solo halló unos cacahuetes. No servían para nada realmente, pero pensó que algún animal podría estar interesado en comérselos. Al fin y al cabo, a los cuervos, que le importunaban con su desagradable graznido, no les gustaban los cacahuetes y lo único que les interesaba era el grano que esperaba a ser molido en el granero.

Esa noche puso los cacahuetes, pero a la mañana siguiente no acudió ningún animal. Tampoco a la otra, ni siquiera a la tercera mañana.

Alguien le comentó entonces, al molinero, que el bosque estaba vacío porque los animales se habían marchado buscando alimento a otros lugares.

Sin embargo, una mañana, un par de semanas después, volvió a escuchar ruido y algarabía. Afinó su oído y constató que no eran sonidos humanos. Saltó de la cama entusiasmado para ver de quién se trataba.

Pero tan pronto como el molinero abrió su puerta, un mono se encaramó a los ejes del molino, en pocos segundos otro le siguió, subiéndose al fregadero y chocando la vajilla, como si del músico de una banda, tocando los platillos, se tratara, mientras que otro saltaba sobre su cama y despertaba a su mujer. Asomó la cabeza al exterior y descubrió que un grupo de chimpancés se columpiaba sobre las aspas del molino, mientras otro se afanaba en acabar con todos los cacahuetes que aún quedaban en el suelo.

Entonces el molinero se sentó en el llano baldío y lloró amargamente y por largo tiempo.

Moraleja: Quién tan solo ofrece cacahuetes, acaba rodeado de monos.

Autor: Andrés Carrillo Molinero.

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