Había una vez, un molinero que vivía en una región muy lejana,
haciendo frontera con un bosque frondoso donde moraban cientos de animales.
Cada noche, el molinero dejaba algo de alimento a pocos metros
de la puerta de su molino, para que los animales se acercaran y comieran.
Y cada mañana al despertar, siempre encontraba a alguno de
estos animales que le miraban con ojos de curiosidad y al mismo tiempo de
agradecimiento.
Algunas veces en una misma mañana se podía llegar a topar
con la mirada de varios osos, ciervos, conejos y ruiseñores que acudían a las cercanías del molino en busca de alimento.
De pronto un día, la mujer del molinero, reparó en que los
despojos de carne que dejaba para los osos, podían venderlos, al mesonero para
que hiciera caldo a los camineros, y de esa forma sacarse unas monedas extras. Aún no estando
del todo convencido, el molinero accedió.
A la mañana siguiente, los osos no aparecieron.
Aunque los ciervos, conejos y ruiseñores sí acudieron puntuales
a su diaria cita.
Un tiempo después, la mujer del molinero se dio cuenta de que
los tallos verdes que dejaban a los ciervos y conejos, podían venderlos a un
hechicero que vivía en la zona, que preparaba brebajes curativos. El molinero
accedió sin estar verdaderamente convencido de aquella idea.
A la mañana siguiente, ya no aparecieron los ciervos ni los
conejos, tan solo los ruiseñores.
Finalmente, pasado cierto tiempo, la esposa del molinero se dio
cuenta de que el pan duro que comían los ruiseñores, podían vendérselo al
porquero para engordar a sus cerdos. El molinero, muy a regañadientes, aceptó los deseos de su esposa.
A la mañana siguiente, al levantarse el molinero, se quedó
sorprendido por el silencio que reinaba en los alrededores del molino. No se oía a ningún animal. Los ruiseñores,
que con su melodía, acompañaban y alegraban el despertar de su familia, no habían acudido esa mañana.
En su lugar, un fuerte graznido
rompió la silenciosa mañana. Se asomó a la puerta y vio a unos cuervos que intentaban
robar algunos granos del granero, que esperaban a ser molidos. Las tierras de los
alrededores del molino, antaño verdes y fértiles, estaban llenas de calvas.
Pensó que los cuervos no se habían acercado en el pasado porque eran ahuyentados por
los osos y que, sin duda, la ausencia de los animales herbívoros que abonaban
la zona a su paso, era el motivo de que la llanura hubiese perdido su verdor y
se hubiese tornado yerma y amarillenta.
Entonces, pensó que si
volvía a poner algo de comida, pronto los animales acudirían de nuevo.
Buscó en su cocina y tan solo halló unos cacahuetes. No
servían para nada realmente, pero pensó que algún animal podría estar interesado
en comérselos. Al fin y al cabo, a los cuervos, que le importunaban con su desagradable
graznido, no les gustaban los cacahuetes y lo único que les interesaba era el
grano que esperaba a ser molido en el granero.
Esa noche puso los cacahuetes, pero a la mañana siguiente no
acudió ningún animal. Tampoco a la otra, ni siquiera a la tercera mañana.
Alguien le comentó entonces, al molinero, que el bosque
estaba vacío porque los animales se habían marchado buscando alimento a otros
lugares.
Sin embargo, una mañana, un par de semanas después, volvió a
escuchar ruido y algarabía. Afinó su oído y constató que no eran sonidos
humanos. Saltó de la cama entusiasmado para ver de quién se trataba.
Pero tan pronto como el molinero abrió su puerta, un mono se
encaramó a los ejes del molino, en pocos segundos otro le siguió, subiéndose al
fregadero y chocando la vajilla, como si del músico de una banda, tocando los platillos, se tratara,
mientras que otro saltaba sobre su cama y despertaba a su mujer. Asomó la
cabeza al exterior y descubrió que un grupo de chimpancés se columpiaba sobre
las aspas del molino, mientras otro se afanaba en acabar con todos los
cacahuetes que aún quedaban en el suelo.
Entonces el molinero se sentó en el llano baldío y lloró amargamente y por largo tiempo.
Moraleja: Quién tan solo ofrece cacahuetes, acaba rodeado de
monos.
Autor: Andrés Carrillo Molinero.
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