En el día de ayer, justamente cuando estaba leyendo una
entrada, en el blog “Descubriendo Talento”, de Isabel Iglesias; titulada Cuentos para reflexionar: El mendigo que no quiso dejar de serlo; recibí a través de
LinkedIn la petición de una persona, a quién aprecio bastante (aunque solo nos
conozcamos de forma virtual), pidiéndome que le presentara a otra persona de mi
red directa de contactos (uno de mis contactos de 1º grado). Algo que LinkedIn
permite y que puede resultar muy útil, para poder contactar con personas que no
están en tu red pero que pueden resultarte interesantes para tus fines
profesionales.
Por supuesto accedí. Cliqueé la opción “reenviar” y añadí una
explicación del motivo por el que contactaba (Intermediar entre dos personas
para que lleguen a conocerse) y unas palabras, a modo de introducción, acerca
de mi opinión profesional sobre la persona que recomendaba. Algo lógico, a mi
juicio, para poder entender porque esa persona podía ser interesante para el
destinatario de la solicitud.
Envié el correo y en 3 minutos recibí la respuesta del interesado.
Al leer su contenido, me quedé negativamente sorprendido.
Escribía textualmente:
(La ausencia de tildes no es un error de transcripción, sino
que en el teclado de este “señor” no deben de existir los acentos y por ello no
los incluye).
“Gracias por tu “recomendacion”, aunque no
recuerdo habertela pedido.
De todos modos… quien eres tu para hablarme con
tanta propiedad y “recomendarme” cosas?”.
Cada uno que piense lo que quiera. Pero creo que no es una
respuesta digna ante una invitación. Por
varias razones:
Si formas parte de LinkedIn es porque te interesa tener contactos
profesionales, si no es así es mejor mantener tu perfil no visible y de esta
forma no te molestará nadie.
Diariamente, se suelen recibir invitaciones de muchos tipos
de perfiles. Algunos a primera vista son una incógnita y aún así, yo suelo
aceptar las invitaciones que recibo, porque cuanto mayor sea mi red de
contactos mayor penetración de mi “marca personal” (o empresarial si soy una
empresa). Si estás recibiendo un contacto que te llega recomendado (y no lo escribo
con comillas, porque me hago responsable total del significado que tiene esta
palabra), ¿no es como un regalo caído del cielo?. Nadie recomienda a nadie que
crea que le pueda dejar en evidencia. Por lo que, cuando se hace una
recomendación es porque se avala al recomendado. ¡Ojalá todos los contactos que
hiciera me llegaran recomendados!!!.
Creo que de entrada, es importante mantener las formas y un
mínimo de cordialidad, empatía y, sobre todo, educación. En el tono de este “caballero” (sí, con
comillas) no noto ninguna de esas características y, al contrario, noto, como
poco, burla, prepotencia, desprecio, egocentrismo y algunos otros calificativos
que omito, pero cuanto menos, una falta de educación de magnitudes extremas.
¿Cómo es posible que denomine “cosa” a otra persona? ¿Acaso este “varón” es uno
de esos seres misóginos que emplea calificativos de este tipo contra cualquier profesional
de sexo femenino?. Porque, sí, la recomendada era una mujer, profesional
polifacética y esposa y madre. Creo que
nadie merece ser calificado como “cosa” (ni siquiera el propio individuo “caballero”
que lo usa contra las féminas”).
Si me preguntas quién soy, es porque no lo sabes, y entonces,
mejor tener cuidado con las respuestas que se dan. Puedo ser un loco desequilibrado y no
gustarme la respuesta que me estás dando y meterte en un lío sin comerlo ni
beberlo.
No me gusta dejar a la gente llena de interrogantes y por
tanto respondí, realizando las aclaraciones oportunas.
Resumiendo mi respuesta:
Le expliqué porque había contactado con él, de nuevo, que
atendía la petición de otra persona.
Le dije que podía ver mi perfil en LinkedIn pero que también podía
mandarle mi CV.
Que entendía que si estaba en la red era para hacer
contactos. Si no estaba interesado que no se hiciera visible.
Aclaré que si recomendaba a esa persona era porque la
consideraba totalmente digna de merecerlo.
Y para finalizar le decía que posiblemente era un hombre
tan “super importante” y con una red tan "repleta de contactos” que no necesitaba ninguno más y que, entonces, le
diría a mi solicitante que no perdiera el tiempo con él.
La nueva respuesta no merece la pena reproducirla por lo soez
y desconsiderada (quedando claro que el “individuo” no merecía que se le
atribuyera el apelativo de ser humano, ni con comillas ni sin comillas, y que justamente la “cosa”
era él mismo. No en vano, se cree el ladrón que todos son de su condición).
Como dije al principio de esta entrada, estaba camino de leer
el blog de Isabel Iglesias, donde había publicado Cuentos para reflexionar: El mendigo que no quiso dejar de serlo, cuando se produjo
todo este” altercado virtual” y finalmente comencé su lectura para darme cuenta que nada
ocurre por casualidad.
La humildad es uno de los dones que todo líder 2.0 ha de
ponerse como bandera. No olvidando, jamás, de dónde se viene y a dónde se va. Y
sobre todo, no dejándose embriagar por el vértigo que produce estar en las
alturas. Precisamente porque, no hay que estar en las alturas, sino en línea con
tu equipo desarrollando liderazgo y no seguidores. No poniendo distancia entre unas personas y
otras. Siendo cercano y empático. Y, sobre todo, no perdiendo nunca el respeto
a nadie, precisamente para que nadie nos lo pierda a nosotros.
Esta “cosa” con la que tuve el “gusto” de conversar trabaja
en el departamento de RRHH de una empresa (que no es una PYME) ¿Cómo se pueden
desterrar las ideas, acerca de los responsables de Capital Humano, sobre su falta
de humanidad, cercanía, empatía, etc.; que tienen muchos trabajadores del resto
de los departamentos; con elementos como éste?.
He de añadir que en la mañana de hoy he recibido un último
correo de “la cosa” pidiéndome disculpas:
“Creo que debo disculparme por no haber sido
correcto en mi respuesta, asi que lo siento, mal actuado ayer por parte mia”
Siguen faltando los acentos, pero al menos el tono ha
cambiado. Es de sabios reconocer nuestros propios errores y eso le honra.
Quiero pensar que ayer tuvo un mal día y que no es tan “jefe
siglo XX” como parecía y, que por el contrario, puede que existan atisbos de
líder en su perfil profesional.
Aunque he comprobado
que justamente ha entrado a visitar el mío esta misma mañana antes de enviarme
la disculpa, lo que también puede hacer sospechar que sí que es uno de esos “jefes
siglo XX”. Porque puede que me confundiera con un “jovencito”, ávido de contactos
y loco por “tocar en la puerta” de un jefe de RRHH, y que me inventara todo eso
de la recomendación de otra persona, para llamar su atención. Posiblemente, al
ver mi perfil, se diera cuenta que
podría ser hasta su superior, habiendo sido Director Financiero y de RRHH, y
entonces diera marcha atrás y en base a su mentalidad de ”jefe siglo XX”
intentará mantener el rango jerárquico.
Yo no me considero ni menos ni más importante que nadie. Tengo
una trayectoria profesional, que está ahí, y que sobre todo aporta experiencia
(lo que se llama “seniority”) porque no tengo 20 años. Pero en base a esa “seniority”
sé que ni a un jovencito de esa edad hay que cerrarle las puertas. Porque el
jovencito de hoy puede ser el líder del mañana y algún día, lo mismo, me
recomienda a alguien y si no estoy centrado ese día, puedo despreciarle sin darme
cuenta, y empañar mí “marca personal” clasificándola en un tipo de dirección del
siglo pasado.
Un antiguo profesor me dijo un día: “Cuándo el dedo señala la
Luna, el tonto mira el dedo”.
Y como me dijo la persona objeto de mi recomendación y a la que,
sin duda, seguiré recomendando (porque en los correos que hemos compartido,
lamentándonos del incidente, todavía me ha demostrado más aún su sensatez y
ante todo su calidad humana): “Andrés, mi abuelo me decía: Hay que tener amigos
hasta en el infierno y que nunca debes dar la espalda a nadie, porque puede que
un día acabes necesitando algo de él”.
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